Pedro Pietri’s Black Beanie – Claribel Jorge

Image courtesy of Center for Puerto Rican Studies

Pedro Pietri nació en un florido mes de marzo 21 de 1944, como cualquier hombre con vida propia y perteneciendo a una isla. Aunque esta era compartida, la sentía suya. Su pequeña Isla rodeada de mar de palmeras y de paisajes de ensueño que provocan bailar al son de su música guajira. El sol sombreaba la tierra mientras los Sembradores preñaban la tierra de frutos tropicales. Quien no lo conocía y a quien él no conocía, le decía ¡Adiós Rosita, Maria, Maria Elena! Y ellas decían ¡Adiós Pedro! al pasar por un camino cualquiera.

No bien aprendió a hablar cuando tuvo que cambiar su lenguaje porque tuvieron que marcharse un día cualquiera sin fecha de regreso. Su mamá y su papá querían una mejor vida, y si nuestra Isla vecina era mayor que la nuestra, pensó. Al levantarse miraba al cielo buscando la sombrilla de sol que tenía y sólo encontraba enormes tapaderas qué le hacían sombra. Su casa ya no era más un pequeño lugar cálido donde el sol saludaba por los espacios de la madera y los colores de su casa hacía referencia a los colores del pintoresco trópico, aquí sólo había torres marchitas y frías que nos amontonaban sin saber quién es quien. Si eran mis hermanos, pero pensábamos distintos, soñábamos distintos y vestíamos distintos. El al igual que los suyos pensaban en las alcapurrias de la abuela llena de grasa y caricias mientras ellos pensaban en Dunkin Donuts, un café sin colar y pan dulce sin calor que le decía buenos días y adiós. Al mirarse al espejo se vio y se sintió confundió y más, al ver que en su cabeza no estaba más aquel sombrero de caná que se lo regaló el cocotero, ahora en su cabeza había una sombra de color oscuro como su mente que no decía nada. Él ahora estaba cubierto de lana que se entrelazan como un laberinto secreto que no tenía principio ni final. Era llamado beanie, para él era solo un producto americano que le recordaba que el sol calentaba por estaciones y que debía acostumbrarse a ocultarse del frío del invierno.

El sólo decía gracias, pero no lo escuchaban porque no era nadie conocido sólo un emigrante más. Que tenía que aprender a visitar el mal cuando daban permiso y a cubrirse la cabeza con beanie negro porque el sol ya no calienta, su suelo blanco lo coronó. El agradeció cada mañana al salir por las calles de su ciudad de acogida cubierta de tierra blanca, poder salir cobijado por un black beanie. Ese americano producto como él lo llamaba parecía transcribir en su textura las sensaciones que todo emigrante vive antes de, tomar café no colado y comer pan dulce sin calor.  Esto no pasa hasta que el black beanie mostrar bolitas blancas como piel escamosa producida por el tiempo de uso. Al final esas bolitas, como copos de nieve que no se pueden contar porque nos confundiremos y al final perdemos la cuenta.  La bolitas del black beanie, parecían serenas como los árboles que esperan la primavera y así lo acompañaron. Mientras caminaba con mi cabeza cubiertas de un sombrero Americano como recuerdo de guerras olvidadas de poemas que se declamaron en oídos cubiertos de lana y acogidas culturas. Ahora el Sueña despierto con el calientísimo sol y la arena que hacía el amor al entrar al mar. Su bandera no tiene una estrella sino cincuenta. Sin embargo, se acogió a este nuevo cielo, con vistas al Mar con permisos y sol a veces de mentira porque no calienta. Soñaba con que al mirarlo caminar con su black beanie vieran a uno más y no como otro más.